miércoles, 19 de enero de 2022

E-pistola 37 (a.k.a. Mvquinas deseantes)

[Algo se muere en el alma

cuando un amigo se va]

[Sevillanas del adiós], Manuel Garrido


/Confieso/ que aún no me leí el AntiEdipo. Solamente las primeras veinticuatro páginas de esa jungla de palabras con una resonancia misteriosa y ocultista sin par. Des/re/territorializar, superficie de registro, capitalismo rizomático, capitalismo esquizofrénico, singularidad, nomadismo, etc. Sin embargo, lo custodio en mi estantería como un objeto de culto /de culto, se diría, religioso/ con el mismo respeto hacia sus misterios que puede sentir un profano atraído por las sagradas escrituras de cualquier religión. 

    Abrir la cubierta y encontrarme con esa primera página bastó para inspirar un conato de novela que escribí frenéticamente durante la cuarentena /y que únicamente tú has leído; prácticamente, era para nosotros/ a lo largo de dos semanas en las que las noches se fueron comiendo poco a poco a la franja diurna. /Aquello me costó la factura de la luz más cabrona que he pagado en mi vida, por cierto./ 

    [Las máquinas deseantes] rezaba un letrero situado en el centro de una página tan vacía como la esperanza en la humanidad que desprende el libro. /Supongo./ Sus letras mayúsculas, angulares, desapasionadas, agorafóbicas, electrizadas, corrosivas, produjeron en mi imaginación la asfixia del no future. Del no somos más que eso, cíborgs de carne malsana impulsados por fuerzas despiadadas que construyen narrativas para no reventar de nihilismo. /Supongo, algún día debería leerlo para comprobar si esto es así./

    Toda esta aquella generosidad conceptual no era más que pura estética, por supuesto. Y lo sabíamos. Y todo /para mí/ remite a lo mismo, a la mística de la [autodestrucción jubilosa], de la [cara oscura del alma], del [In Girum Imus Nocte Et Consumimur Igni], de la [infame turba de nocturnas aves]. Una estética que no puedo no relacionar contigo. 

    Convierto cualquier relación en un vínculo romántico, no puedo evitarlo. Me ocurre con los objetos, las parejas, los muros de ciertas ciudades, lxs amigxs, ciertos tonos de luz. Aparte de varias personas ancladas en mi vida por otros motivos y al margen de esta tendencia, suelo entablar, sin proponérmelo, relaciones sexuales heterosublimadas con sucesivos hombres mágicos que he ido encontrando. Los escritores, músicos y cineastas son un buen ejemplo. Pero también hombres de carne y hueso. 

    Todas tienen el mismo proceso: una admiración mutua /definición básica de la amistad/ que se corta abruptamente sin que nunca pase nada realmente malo. No fuiste el primero, ni tampoco el último, pero /tal vez/ sí el más distorsionante. Todos tienen en común ser personas con pasiones: impulsivos y zumbaos con una hoguera de peligrosidad en su interior. Todos tienen en común ser alguien con quien entenderme cuando hablemos con devoción de cualquier parida con la que nos hayamos topado. 

    En cambio, nunca he tenido conexiones así con artistas reales. Siempre son científicos. Tengo ascendente Cáncer, y creo que necesito sentir que soy el que nutro de lo invisible. Creo que los escritores no nos soportamos entre nosotros. /En adelante, hablaré por mí./ No soporto, en especial, a los escritores que ya han publicado sus cosas. Antes justificaba esta envidia con excusas fantasmagóricas. [Yo era un poeta antes incluso de saber escribir mi nombre] [la cualidad artística está en la mirada cotidiana] [no sé cómo se atreven a exhibirse sin antes haber reventado contra el fondo de la experiencia] [etc.] Pura frustración no resuelta. Pero es más fácil poetizar las carencias que solventarlas ¿no? En eso consiste el punk. Un hacer de la necesidad virtud. /Creo./ Pero estamos en un mundo pospunk, y la literatura no es hasta que no se vende. /No estoy del todo seguro de esto./ 

    En cualquier caso, la objetividad no existe. De hecho, tampoco existe la subjetividad. Nuestro yo está tan [frag][men][ta][do] como la visión de una mosca. Y ahí está el problema: la ferocidad de un apego no reside en el mero placer que produce un hábito agradable, sino en la identidad que se crea en torno a esa relación. Dejar la droga no es renunciar a la engustaera, es matar todo un fragmento de tu ser que solamente existe en ese contexto concreto. Dejar una relación no es renunciar a etc. Manuel Vilas citaba en Ordesa un textito de Jordi Carrión que le dio la vuelta a mis sesos como un calcetín:

[Cada pareja, cuando se enamora y se frecuenta y convive y se ama, crea un idioma que solo pertenece a ellos dos. Ese idioma privado, lleno de neologismos, inflexiones, campos semánticos y sobreentendidos, tiene solamente dos hablantes. Empieza a morir cuando se separan. Muere del todo cuando los dos encuentran nuevas parejas, inventan nuevos lenguajes, superan el duelo que sobrevive a toda muerte. Son millones, las lenguas muertas]

    Es lo que Manuel Garrido [ni puta idea, creo que ni siquiera he escuchado la canción real, es una cookie que se instala en nuestro cerebro al nacer] expresó de manera mucho más simple e inocente. /Algo se muere en el alma…/

    Al caminar por el mundo, muchas veces me siento indefenso y deslegitimado. En cambio, cuando extravagaba contigo, nos sentía como un único ser palpitante y de una indestructibilidad abismal.  Máquinas deseantes de un pesimismo tan ponzoñoso como tierno. Teníamos una mitología secreta, plagada de inocente pedantería. El aceleracionismo, el 1-4-5-7, los normies, la papela, Cortázar, la programación esotérica, el modafinilo, la des/integración, Nick Land, las setentaydos horas despiertos, el motorik, Gummo, la oscuridad transformadora, Henry Darger. 

    Muchas de esas cosas, como el eneagrama, ya no me interesan tanto. Trato de mantenerlas vivas. De aparentar que todo aquello existía en mí de manera autónoma. De aparentar que mi personalidad no depende del contexto. De etc. Pero, al no tener nadie con quien compartirlas, agonizan y exigen una eutanasia compasiva. Ahora me interesan otras cosas nuevas, por supuesto, pero todo aquello descansa fosilizado en mi memoria como los restos de una Pompeya que solamente se evaporará cuando mi cuerpo muera. A no ser, claro, que algún día me decida seriamente a vulgarizar lo inefable y terminar esa novela que nos debo. /Como habrás comprobado, solamente me motiva a escribir el escribir para alguien en concreto./

    Feliz cumpleaños, amigo. 

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