sábado, 21 de marzo de 2020

De noches pandémicas, imaginaciones desbocadas y coches en llamas

No se puede decir que esto sea un castigo porque no creo que el karma o dios o la mano invisible de quién sabe qué estén interesados en castigarnos. Castigan los maestrillos de colegio insatisfechos por el hecho de que los niños no conciban la felicidad como un sentarse a escuchar los cuadernos de notas bien polvorientos y apolillados que guarda en la mollera; castiga el policía que, golpe tras golpe, después de haber sido un mal alumno y de haber yacido varando en la angustia de no saber en qué puerto echar el ancla, se ve obligado a opositar y, golpe a golpe, transmite generoso lo que ha aprendido de la vida. El mundo no castiga sino que enseña… y si nosotros solitos no hemos sido capaces de detener un poco la maquinaria que nos hace girar día-día como agarrados a uno de los dientes del engranaje inerciosos y pasivantes: calentamiento, cortocircuito.

La tierra respirará indiferente unas semanas que tal vez se conviertan en meses, notando el frescor que liberan los coches aparcados y las carreteras vacías. Todo esto es tan solo la tos flemática de un planeta que anuncia lo que podría suceder en este vergel si el catarro persiste. Y no es causalidad causática, sino estética y moral. Dicen que durante la Comuna de París, la turba disparó simultáneamente a todos los relojes de la ciudad, y los esforzados trabajadores se enjugaron el sudor y sintieron algo similar a lo que yo siento ahora: un exilio del tiempo y de la prisa. Siglos de lucha obrera para que al final haya sido un puto virus el que haya metido una llave inglesa entre los piñones de la maquinaria, reventándola y haciendo que sus piezas vaguen por el aire.

Es verdad, todo esto me deja en una posición privilegiada: los libros no son servicios esenciales (?) y venderlos aún menos, y al estar alegremente empleado en una empresa con aires eticosos de capitalismo benévolo, voy a seguir cobrando. Plutón está malhumorado y decidido a extraer del magma subterráneo todo lo que yacía oculto y en una existencia turbia. Los escombros de una economía falsa y excluyente están saliendo a flote, y espero que lo destrocen todo hasta que no quede rastro de esa inautenticidad frágilmente sostenida por la fuerza de la costumbre.

Recuento -provisional- de bajas. ¿Las putas? Viven al día, no cotizan ni engrosan las listas de los prebendados ERTEados, ¿quién las mantendrá ahora? Espero que lo incendien todo. ¿Las mujeres maltratadas? No sé qué será de ellas ahora sin el desahogo balsámico que suponía poner cada mañana el pie en la frescura de la calle para liberarse de su yugo. Espero que tomen decisiones radicales que afecten a quien lo merezca. ¿Los presos (literales y metafóricos)? Ya no podrán soslayar con la ayuda de narcóticos el hecho de no poder caminar un kilómetro en linea recta (literal y metafórico). Medidas más radicales aún. ¿Los currantes despedidos? Espero que esto les haga ver que no es el inmigrante su enemigo, pues, ¿quién se ha quedado con la pasta que han generado levantándose tristemente cada mañana con el esputo sonoro del despertador? Esa es toda la lealtad que puedes esperar de tu jefe. La lealtad de un cazador hacia el galgo. Ya no sirves y te colgó de la rama más alta. La tierra no traiciona: quema el bar y planta un huerto. Mi solidaridad es para todos ellos y para los infectados que sufrirán las consecuencias de una economía liderada por mastuerzos que meten mano a la sanidad pública para comprar la mejor coca del mercado. 

Noticias desde mi búnker. Más allá de todo ello, vuelvo acá. Mi buhardilla parisina. Mi laboratorio clandestino. Mi Reichstag en llamas. Mi bosque de Venus. Mi castillo ambulante. Un día la mañana me sorprendió cortando en seco un viaje en coche por las infinitudes americanas, acompañado por mis amigos los guerreros eléctricos después de una noche tomando peligrosas curvas en autopistas tan rectas como el rastro concupiscente de la Luna sobre el mar, cantando a voz sangrante tonadas de los -putos- Creedence y parando a comprar más botellas de Jack Daniel’s en gasolineras-motel con luces de neón. Otra mañana, el Sol penetró abruptamente en otro sueño en el que mi grupo, esta vez de dadaístas fluorescentes, asaltábamos los vírgenes tejados de los edificios públicos, deslizándonos por los cables de luz y aferrándonos a las antenas parabólicas en un demencial senderismo aéreo; carcajándonos de las cojonudas vistas que se pierden los transeúntes cotidianos que enfocan la ciudad desde la perspectiva equivocada. Y es taaan dulce acostarse sin poner la alarma que, solo de pensarlo, antes de conciliar el sueño, me regocijo con el contacto fresco del edredón y calambres de puro placer me recorren el cuerpo.

Hace ya tiempo descubrí que mi amor natural no es parejil; que las relaciones de dos son antisociales y mi patria son los amigos. E igual que los románticos lloraban una dama que solo existía en su fantasía como sustituta del Dios caído, yo lloro un grupo de amigos leales, locos, harapientos y vanguardistas con los que explorar la vida hasta sus últimas consecuencias, y cuanto más camino más se alejan. Pero también descubrí que todos ellos viven en mí y que tengo la manía -¿¡cuándo me la quitaré!?- de proyectarlos en los viandantes casuales -a poco que se les parezcan- que transitan mi vida por un tiempo, igual que Garcilaso proyectaba en Beatriz la insatisfacción amorosa que su esposa tangible le producía.

Mi piso parece extenderse por menos de noventa metros cuadrados, y quitando las habitaciones de mis compañeros... ni los cincuenta metros alcanzará. ¡Pero hay que ver lo que dan de sí...! Aquí cada día y cada noche, sino hay fiesta hay consejo de sabios (todo ello en mi desbocada imaginación, por supuesto, que tiene algo más de cincuenta metros). ¿¡Cómo ser monoteísta, teniendo tantos disfraces aquí adentro!? Necesito a un Dionisos que sea mi aliado en las fiestas saturnales, bacanales, aquelarres y otras muestras de mi encumbrado frenetismo; necesito un Apolo que me debata la forma perfecta, el funambulismo del yogui sobre el precipicio; en la receta no faltará Marte, por supuesto, colega de una espeleología nocturna en la que arden los coches, se derrumban los soportales y se rompen los cristales; en esta fiesta también tendrá cabida Artemisa, con sus carcajadas en los parques y su llamamiento a las criaturas nocturnas; ¡Atenea no! ¡puagghh! ¡a la hoguera con ella y con su traición a las mujeres!; ni tampoco Hera, ni Zeus, ni Poseidón son bienvenidos... ¡que existan!, pero solo como sombra necesaria, como germen del odio y de los muros que habrá que derribar a martillazos. Los enemigos de la primavera no serán bienvenidos.

Todos tenemos en nuestro adentro un policía al que hay que envolver en llamas. Solo un padre será aceptado en esta tribu: Hades. Porque no interviene en las acciones, porque no pretende hacerse oír ni trata de retener con ínfulas de padre-protector. Además, con él cubrimos la necesità de alguien que se encargue del mundo subterráneo, pero, por favor, deja de amargar a Perséfone. Necesitamos los susurros de esta muchacha lunática, tan eróticos como melodramáticos, en noches de vino y sensualidad destructiva, necesitamos que cante y que haga un poco de sombra a este solazo tan reluciente, y también necesitamos que su madre, Deméter, sea feliz y haga florecer la primavera. Etcétera. Descubrir que yo mismo soy ese amigo por el que tanto tiempo me he impacientado es empezar a quererme. Quien quiera coger el tren y acompañarme que lo haga, soy un fuego con la capacidad de calentar a muchos seres. Yo ya me monté, y no pienso esperar por nadie (no se permiten zapatos ni corbatas, ¡y traigan vino!).


Echo de menos la playa ahora que llega la primavera, las desidiosas cervezas con los colegas cuando el Sol cosquillea en la piel (afortunadamente, llueve), los atardeceres en la desembocadura del Guadalhorce, el camino de grava y arena que conduce a la cima de la montaña, los saludos cordiales a los vecinos y conocidos, la electricidad frenética de la noche; no obstante, agradezco haber perdido de vista el trabajo -por un tiempo-, los trámites absurdos, el ruido y la contaminación de las calles (contemplad el cielo, está más nítido), los guiris de los bares del centro, y la gente que te vomita su verborrea sin esperar respuesta.

No ha pasado y ya echo de menos el presente, porque sé que en cuanto todo esto acabe recordaré este rompimiento de la realidad como un Edén fortuito y milagroso. ¡Solo en los veranos de infancia tuve tanto tiempo que perder! Si no tenéis motivos, no os alarméis, tirad la tele por la ventana y pasad de largo las noticias de la Internet, no aportan nada más que miedo; ¡por dios! jamás salvar el mundo fue tan fácil: quedaros en casa y miraros el ombligo como hacéis siempre, aunque… ¿verdad que ya no gusta tanto, cuando lo hacéis en soledad y no con alarde exhibicionista? Esta es la venganza de los introvertidos, que ahora somos los reyes del mundo. Esta vez sí que sí: the world belong to the silent one's. ¡Escuchad a Moris!:

Cuando están solos, están bien solitos;
ya no hay guitarritas, ni amplificadores.
Están solos en la cama y empiezan a mirar el techo;
empiezan a mirar el techo y en el techo no hay nada.
Hay solamente un techo.
¿Que pueden hacer? Es muy tarde,
son las tres de la mañana.
Los bares están cerrados, las mujeres duermen,
los cines también están cerrados,
la guitarra no se puede tocar,
sino el vecino se va a despertar.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?
Estoy solo y muy aburrido


el escritor es un cazador insomne

con respecto a lo de ser escritor pues antes pensaba que el oficio te lo daba una mirada única y es cierto que no basta con tratar de poner ...