miércoles, 20 de febrero de 2019

Ese idiota de Javier Marías

Javier Marías es un autor que muchos críticos de la literatura están empeñados en elevar a la categoría o bien de clásico contemporáneo o, los más humildes, de representante de las letras hispánicas actuales. Respeto la labor de estos críticos, y puedo entender que bajo tanta verborrea hay quien vea en los escritos de Marías a una personalidad muy leída y digna de interés, gracias a su gran formación académica. Sin embargo, debo ser franco admitiendo que pese a su impecable escritura se me revuelven las vísceras con el contenido de sus textos, desde el insufrible Todas las almas (1989) a cualquiera de sus artículos de opinión, en los que hace gala de una falta de reflexión enorme. Y es que si la personalidad se forja a base de prejuicios, Javier Marías es toda una personalidad, que deja claro en un par de artículos que no le gusta ir al teatro. 

Del primero de ellos, «¿Por qué detesto el teatro?», que leí hace tiempo, aportaré una de sus afirmaciones clave para que se comprenda mi frontal rechazo por este autor: «Creo que el primer culpable de mi aversión es el cine. Para quien se educó desde niño en este arte de la representación, la que las tablas ofrecen no puede por menos de resultar comparativamente pobre, hierática e inverosímil.». Como si el teatro y el cine no pudieran disfrutarse a la vez en sus distintos lenguajes y formas de abordar la verosimilitud, pues mientras que el cine «muestra» una historia, el teatro la «representa». En el concepto de representación hay implícito un esfuerzo por parte del espectador, que debe prestar una imaginación activa para que la obra funcione, pero no me puedo extender en ello porque esta divagación pretende llegar a un fin. 

En este nuevo ataque al teatro posmoderno contenido en la columna «Ese idiota de Shakespeare» hay también una serie de prejuicios que no podré desarrollar con la precisión desearía. Para empezar, percibo un gran rechazo a la incorporación de la mujer a la vida pública que está produciéndose desde el siglo XIX, que no catalogaré de «machista» porque es una palabra delicada, pero sí de reaccionario. Ilustraré esto con un ejemplo: «Es como si la mejor futbolista protestara por ganar menos que Messi: se da el caso de que éste convoca a millones de espectadores y genera dinerales.», refiriéndose a la versión de Julio César puesta en escena por un reparto femenino. Creo que cualquier versión o actualización de un clásico responde a su propia definición de «texto que se mantiene joven a pesar del transcurso del tiempo», pues permite extrapolar su materia a cualquier ámbito o situación que se encuentre fuera de este, y la decisión de utilizar únicamente actrices responde por supuesto al empoderamiento de la mujer, pero también posee una coherencia intradiegética, ya que el conflicto se situó en una cárcel de mujeres, y la obra debería ser valorada por su calidad, y no por la conformidad con sus motivaciones. 

Don Carlos, de Schiller. Director: Nicolas Steman.
Foto: Ctibor Bchatry.

    Las versiones nunca empobrecen al original, pues este se encontrará siempre intacto y a disposición del que lo quiera representar en su forma más «pura», por tanto, creo que el problema no proviene de la libertad posmoderna para zarandear y revertir los clásicos, sino de la terquedad de un autor que no comprende lo positivo de que la mujer se halle en plena lucha contra un patriarcado que la ha silenciado durante siglos, y que si Messi mueve más masas que la mejor futbolista femenina no es casual, sino que manifiesta la devaluación sistemática de la valía de la mujer, como demuestran muchos estudios serios sobre el tema, como Calibán y la bruja (2010).

Igualmente, Javier Marías muestra su esnobismo en la frase que da título al ensayo: «como hoy hay licencia para falsearlo todo, se corrige al idiota de Shakespeare y ahora está de moda que a todas esas figuras las interpreten mujeres» (Marías, 2017). Nadie está corrigiendo a Shakespeare, se le está versionando, y el hecho de que se elijan sus textos para crear nuevas obras es una señal de que la posmodernidad no desecha tanto la tradición como se suele decir, sino que la respeta, pero más se respeta a sí misma, y sabe que en ese respeto no cabe traer al presente la tradición sin revisarla y revertirla. De lo contrario, caeríamos en el inmovilismo canónico. Además, decir que «está de moda» es condescendiente, y me parece una falta de respeto hacia todas las mujeres que aportan su granito de arena hacia una sociedad más equitativa. No está de moda, es lógico que tras siglos y siglos en una situación de sumisión se esté dando el fenómeno contrario, y ahora quieran comerse el mundo, hasta que se estabilicen los cambios y se logre el equilibrio. Por último, como en casi todos los discursos de autores elitistas, faltaba más que sacara a colación la «ignorancia de los jóvenes, o de la gente» (Marías, 2017), sin pararse a pensar en la suya propia, en tanto que ser humano. 

Espero que se me comprenda, respeto como persona a Javier Marías, e incluso entiendo lo que quiere decir en sus escritos, pero empatizo mucho más con la lucha feminista y creo que no se debe tolerar sin realizar una crítica razonada a este tipo de autores de prestigio que, como Arturo Pérez Reverte, se dedican a lanzar desde su cátedra todos estos dardos envenenados y llenos de recelos contra las personas que se esfuerzan por crear un mundo más respetuoso y en el que todas las perspectivas tengan cabida en ese campo de batalla tan conflictivo que resulta ser la cultura. 
  • Bibliografía:

-  Marías, J. (21/01/2001). ¿Por qué detesto el teatro? El semanal. Sin pp.
-  Marías, J. (22/01/2017). Ese idiota de Shakespeare. El país. Recuperado de:

jueves, 14 de febrero de 2019

La magia del número 3, o la calma del brujo

La numerología otorga al número 3 las características arquetípicas de la comunicación: derrochador y auto-expresivo. Pero no. No va por ahí la cosa, aunque es verdad que La sabiduría del Eneagrama  da que pensar acerca de este número cuando explica el significado metafórico del triángulo: «representa la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. […] El judaísmo afirma que Dios se manifiesta inicialmente en el Universo en forma de tres emanaciones o “esferas”», etc. Esto aún parece muy abstracto y nebuloso, pero si lo bajamos a la tierra también se puede ver cómo el «átomo está formado por electrones, protones y neutrones, y en lugar de haber cuatro fuerzas fundamentales en la naturaleza, como se creía antes, la física ha descubierto que en realidad solo hay tres: la fuerza ente, la fuerza débil y el electromagnetismo». Estos, y más ejemplos que iré soltando sin ton ni son, parecen remitir todos a una especie de energía neutra. Entre el Padre y el Hijo hay una cosa extraña y como neutra, que hemos representado con una paloma como podríamos haberlo hecho con una garza. Luego, el propio nombre del neutrón ya lo dice todo. Ahí, metidico entre la carga positiva y la negativa, permitiendo sus vaivenes y movimientos. Incluso el materialismo dialéctico percibe esta triada recurrente: su tesis - antítesis - síntesis. Sin embargo, ellos perciben este tercer componente como una criatura parida por la unión de las otras dos, y yo la neutralidad que percibo es como una almohadilla que hace que los dos extremos no sean tan incómodos, un silencio que permite respirar.

    ¡Fuera dualidades!

   Y si hablamos de lenguaje, los griegos y los romanos lo tuvieron claro en cuanto al género, hay cosas que ni para ti ni para mí: neutro. Bueno, de hecho, para los griegos algunas realidades no eran ni singular del todo ni plural del todo: duales, dependiendo de cómo se levantaran. Los sajones parecen haber pensado que realmente para qué distinguir tanto si lo más práctico es el neutro absoluto. Y ahora dominan el mundo. En cambio, nosotros, los hablantes de lenguas romances nos dejamos en el camino de la vulgarización del latín esa tierna huella de la sabiduría de nuestros ancestros, y nos quedamos sin un plural neutro que hubiera facilitado mucho las cosas a las feministas como alternativa al masculino genérico. Pero no, parece que la triple división clásica de la realidad se disgregó en dos culturas muy diferenciadas. Aunque por fortuna algo quedó, el ‘lo’, el ‘esto’, el ‘aquello’, y los gentlemen ingleses se permitieron el lujo de llamar he a su hijito y she a su hijita.

    «Para evitar la pasivo-agresividad, soy agresivo». Pues precisamente para evitar este error los psicólogos crearon el concepto de asertividad. Aquel que tal baila... lanzando unas veces las manos al aire para magrear el cielo, y otras martilleando el parqué con los tacones para hacer que la tierra vibre de gusto. Una de las imbecilidades de Nietzsche era esta, la defensa del Macho sin receptividad, todo ejes, aristas y empuje, como un camión enloquecido que vaga en dirección contraria esperando que los demás se aparten, hasta que revienta. Y no sé cómo pretendía que este trol de las cavernas matase a Apolo y encarnase el arquetipo dionisíaco sin lavarse el pestazo de su testosterona en la jofaina de la feminidad.

    El lingüista Amado Alonso introdujo también un tercer elemento a la dualidad estructuralista del estrato-superestrato. El «adstrato», básicamente, es la influencia que se da entre dos lenguas en condiciones de igualdad, en comunidades bilingües que se respetan mutuamente, a diferencia del sustrato y el superestrato, que actúan desde las posiciones de la sumisión y la dominación, con movimientos verticales de abajo arriba y viceversa, como ocurrió durante la interacción de la lengua ibera y la latina. Tal vez en este tercer elemento neutro se halle contenido el ideal universal que han tenido la mayoría de las culturas: la horizontalidad, lo ecuánime, lo libre de ataduras. Tal vez los humanos personifiquemos esta neutralidad, pues nuestro libre albedrío, nuestra radical libertad nos impide justificar nuestros actos en pos de determinaciones biológicas como las del género. Somos el aire que impide que cielo y tierra colisionen. 

  De cualquier modo, el género en las personas se distribuye de una forma semejante, el Macho y la Hembra son ideas platónicas, todos tenemos una parte femenina y otra masculina, el yin y el yang taoísta. Entre estas dos Ideas estaría la persona, siempre desequilibrada por naturaleza: de lo contrario, seríamos dioses. Creo que precisamente en esa oscilación equilibrada de energías está el sí mismo de una persona, pero no un sí mismo estático e inmutable, sino en sempiterno movimiento, ondulado como las olas entre los polos de la feminidad y la masculinidad, adaptándose a cada situación. Así, probablemente, nos fijaríamos más en los entresijos del presente. El psicoanálisis concluyó que los individuos nacen en ese vacío creativo que permitiría tanta variedad de géneros, si los padres castigadores de la cultura no se esforzaran tanto en vigilar y poner en vereda a los que se desvían de los dos que nos impone el lenguaje… ¿O el lenguaje simplemente refleja nuestra visión de las cosas? El caso es que la androginia infantil me daría para otro devaneo y no quiero despilfarrar ideas. 

Ilustración Brian McCarthy
La Gestalt, terreno este de emociones, habló también de un vacío tan fértil como un domingo de invierno en casa, con todos los libros que quieras a tu alcance, una terraza para divagar, café, y acabar la tarde yendo con los amigos a echarte unos petas a cualquier parte. Esa paz arbórea. Lo contrario de la ansiedad no es la calma, es el hastío, que está en el extremo opuesto de la misma barra, y tan mierda es lo uno como lo otro. El temperamento ansioso lo conozco muy bien, es el sentimiento de que te falta el cuerpo, el tiempo y el espacio para expresar u obtener lo que deseas, mientras que a los hastiados e indolentes les sobra el cuerpo, y lo dejan caer sobre la cama, sobre la oscuridad, sobre una nada que palpita. En medio se encontraría la bendita calma, aquel estado de neutralidad en el que somos auténticos y en el que deberíamos hospedarnos, o por lo menos aspirar a ello, para desde ahí movernos en una u otra dirección. Y así, con todo.

Diego Supertramp, invierno de 2019.

* La sabiduría del Eneagrama (2017). Don Richard Riso y Russ Hudson. Ediciones Urano.

el escritor es un cazador insomne

con respecto a lo de ser escritor pues antes pensaba que el oficio te lo daba una mirada única y es cierto que no basta con tratar de poner ...