Occidente es la cuna del coleccionismo. Pero no solamente en lo que concierne al dinero o las propiedades, sino que hemos sido educados para conseguir cosas, capturar los animales, cortar las flores y coleccionar lo bello. ¿Herencia de los cazadores-recolectores primitivos? Tenemos una especie de fascinación por los objetos muertos. Esta acumulación de riqueza que no hace más que angustiarnos fue relacionada por Freud con la etapa pregenital de manipulación de las heces, en la que el niño examina fascinado y no deja escapar por la tubería a los pedazos de materia inerte que su cuerpo ha conseguido fabricar, y que por tanto le pertenecen aunque no sepa muy bien cómo utilizar tan misteriosos objetos. Las únicas referencias de amor no posesivo que me vienen a la cabeza son orientales: los sufíes, el budismo y el taoísmo, es decir, las tres filosofías tan jipiosas como radicalmente contraculturales que vienen a desmoronar los cimientos de nuestra civilización solamente con un mensaje tan sensato como: «¿Amas algo? Gózalo».
Sobre todo me interesa este concepto a la hora de hablar de relaciones sexo-afectivas. Y sobre todo me interesan los sufíes, que distinguen tres planos de conocimiento: el sensitivo, el intelectual y el amoroso, ¿y nosotros? uno: tener un diploma. La gran mayoría de las parejas solamente llegan al primero, se aman los cuerpos, nuestra capa externa, pero no llegan ni siquiera a entenderse intelectualmente, es decir, saber qué es el otro mediante palabras. Hacerte una idea de a quién tienes al lado para así cuidarlo con respecto a sus necesidades, no a las tuyas propias. La mayor parte de las veces, como defiende Žižek, proyectamos una idea de lo que es esa persona basándonos en nuestras fantasías, y cuando la convivencia hace sus estragos nos quedamos con cara de gilipollas al darnos cuenta de que obviamente no es quien esperábamos. Entonces… entonces comienza la violencia. La consecuencia más extrema de todo esto es la misoginia, que no es más que la frustración por no poder poseer a la mujer como un objeto muerto, como los hombres querríamos que fueran.
Danza sufí |
Cuando leí el tercer nivel de conocimiento sufí me quedé de piedra: solo amando algo es cuando realmente lo comprendes. Pasa con todo, con la naturaleza, con las personas, con el arte e incluso con los objetos. Puedes entender la obra de un músico, de un escritor, y disfrutarla si el mensaje y sus contornos entran en tus cánones, pero cuando la amas… tienes que cambiar el canon. Y la mente se te abre y se muestra receptiva ante un nuevo lenguaje, un nuevo sonido, una nueva propuesta de vida, o lo que sea, y a partir de ahí es cuando disfrutas incluso con sus defectos y quieres que ese espíritu creador siga vivo y correteando por el mundo, para que desparrame todo su arte y su voluptuosidad por doquiera que pase.
El fetichismo por la exhibición de objetos viene de muy antiguo. El Criticón, una de las obras cumbre del barroco español que por cierto no he leído, tiene un capítulo bellísimo -que sí me he leído- en el que los viajeros llegan a casa de Salastano, anagrama de un aristócrata de la época, y este les enseña un típico gabinete de maravillas renacentista. Básicamente, lo que hoy entenderíamos como un museo privado, en el que se acumulan fósiles, piedras extrañas, pájaros, hierbas… traídos de lugares exóticos como América. Y lo de esta gente no llegó a ser tan nocivo porque eran cuatro frikis adinerados, pero hoy, con la democratización de casi todo cada vez hay más frikis con dinero. Pero me enteré hace poco de que el tráfico de caza furtiva mueve tanto dinero como el de droga y el de armas, ya que al parecer hay gente dispuesta a pagar 20.000 euros por una lagartija de apenas 15 centímetros, pero que está en peligro de extinción. ¿Ama esta gente la naturaleza? Tanto como los cazadores deportivos.
Ama la naturaleza el explorador que guarnecido tras su parapeto observa a través de los prismáticos la existencia natural de las aves, pues sabe que volarán si se acerca. La ama el que disfruta de un baño bajo el sol de mayo, el que pasea los bosques cuando la vida urbana se lo permite, el que se introduce hasta el corazón mismo de la montaña o del desierto, pero no quien la destroza y viola. No quien la mata y expone su cuerpo sin brillo en casa.
¿Y con las mujeres? Porque lo de observar con prismáticos es voyeurismo y a algunas no les sentaría bien, y tampoco se puede pasear por ellas sin mayor consecuencia, según qué casos, porque algunas tienen muchos pasadizos y rincones por los que al final puedes perderte más fácilmente que en un bosque. También existe la posibilidad de introducirse hasta el corazón mismo, con cuidado de no perder el Norte. Lo importante es quitarnos de encima esa necesidad tan horrenda de pensar que son nuestras, y no agobiarse si no te permiten el acceso a su parque paraíso natural, porque como decía un ladino Arturo Puig en Lugares comunes, hay que disfrutar de su presencia. Y la verdad es que tiene razón, un grupo de personas sin una mujer pierde brillo y gracia.
A lo mejor no hay ninguna a la que «conozcas» realmente, y todo esto puede sonarte a chino, algunos solo pueden soportar amar a una, y otros dicen amarlas a todas, porque de lo que realmente están enamorados es de la sensación tan oceánica que te produce una mujer. Ama lo que te dé la gana, el amor siempre es bueno, pero no rompas la fluidez del mundo proyectando ni tus fantasías platónicas ni tus traumas ni tus deseos de salvar o de ser salvado sobre una criatura que probablemente solo quiera patalear para celebrar este mundo que está tan bien fabricado.
Diego Supertramp, otoño de '18