martes, 28 de julio de 2020

Dadaísmo, situacionismo y punk: Frenopaticss

Excursión dadaísta a la iglesia de Saint-Julien-le-Pauvre
Existen muchos puntos que conectan el dadaísmo y el situacionismo con la contracultura punk. Si el
dadaísmo se definía como la negación del arte y la cultura de la Primera Guerra Mundial, el punk hizo lo mismo en oposición a la cultura de la década de los setenta, comenzando como un fenómeno musical que finalmente abarcaría todas las artes. Un grupo de dadaístas convocó un encuentro frente a la iglesia de Saint-Julien-le-Pauvre con el reclamo de actividades culturales y regalos para los asistentes que luego resultó ser mentira y, en su lugar, no se hizo nada, resultando de ello que el objetivo de la intervención fuese simplemente la acción colectiva de caminar hasta la iglesia. 

Kafé Volter, Barcelona
Por su parte, Frenopaticss fue un grupo fantasma de punk barcelonés que llenó la ciudad de pintadas y carteles publicitando la existencia y los conciertos de un proyecto musical que se quedó en mera idea. Organizarse y recorrer la ciudad, forjando una presencia en el imaginario de los habitantes era lo importante; la música, algo secundario. También, es significativo que uno de los primeros bares culturales autogestionados y regentado por punks se llamase Kafe Volter, un homenaje con ortografía españolizada al cabaret de Zúrich que constituyó el refugio de los dadaístas. Una de las características de las composiciones dadaístas era la aleatoriedad y el desconcierto: Tristan Tzara defendía que un poema dadaísta se escribiría escogiendo arbitrariamente las palabras recortadas de un periódico; por otro lado, muchas veladas en el Cabaret Voltaire consistían en la lectura simultánea de varios poemas en distintos idiomas acompañados por una música improvisada y caótica. Compárese estas anti-técnicas con el siguiente testimonio de un concierto punk: 

eran temas que teníamos para divertirnos, versiones deformadas, una especie de punk jam con concepto de jazz improvisado aplicado al rudimento más básico y simple del mundo donde Ángel convertía al suajili cualquier letra de la versión que estábamos haciendo o simplemente bramaba o se dedicaba a hacer gorgojos (Llansamà, 2011: 50)

Con respecto al situacionismo, tenía en común la denuncia de la alienación que conlleva el trabajo asalariado y su posicionamiento en contra de toda autoridad que limitara la expresión de los deseos y de la espontaneidad más primitiva del ser humano. Igualmente, ambos movimientos lucharon contra el arte hegemónico de la burguesía y su forma de mercantilizar la creatividad e idolatrar a los artistas más encumbrados. Cada uno a su forma y estilo, punk y situacionismo trataron de incordiar y escandalizar a las clases dominantes y sabotear sus estructuras de poder. Según analizó Sadie Plant, 

al socavar la sobreproducción monopolística de «superestrellas» por parte de la industria de la música, el punk generaba la seguridad de que cualquiera puede crear música, del mismo modo que el dadaísmo había insistido en que todo el mundo puede ser poeta o artista. Informado por la crítica situacionista del sistema de famosos, el punk engendró una generación de grupos musicales pequeños, estudios de grabación pequeños y discográficas independientes (Plant, 2008: 227)

Frenopaticss
De este modo, era de esperar que si tanto los dadaístas como los situacionistas otorgaron una gran importancia estética a las derivas y excursiones urbanas, el punk también lo hiciera, aunque de manera menos planeada, ya que se trata de una subcultura más visceral y menos dada a la intelectualidad y a la abstracción. El caso concreto que voy a analizar es un testimonio oral que Jordi Llansamà recogió en una crónica del punk en Barcelona concretada en su libro Harto de todo. En él, Cirera, uno de los integrantes de la no-banda que comentaba arriba, Frenopaticss, cuenta que 

en aquella época lo que queríamos era ser fieros, pero de algún modo había un componente humorístico en nuestros actos bastante interesante. Por ejemplo, un día estábamos descansando en nuestro hogar, Barcelona, y llegamos unos cuarenta punks a la plaza del Pi, donde había una farmacia que hacía esquina y tenía dos puertas. Recuerdo que a modo de juego provocativo nos dio por entrar a los cuarenta en fila india por una puerta y salir por la otra. Era una farmacia muy frecuentada y siempre estaba a tope. La gente no entendía nada. O nos plantarnos en el Corte Inglés también en fila y a un cierto paso militar no muy rápido, pegarnos un paseo por diferentes secciones y quitarles los bikinis a las maniquíes (Llansamà, 2011: 50-51)

En este fragmento pueden verse dos de las ideas centrales que recoge Francesco Careri en su obra Walkscapes. El caminar como experiencia u objeto estético y el errabundeo como práctica heredada del Homo Ludens descendiente de Abel. Es significativo que, en ambas intervenciones, la de la farmacia y la de El Corte Inglés, lo central sea el andar. Objetivamente, los punks participantes no infligieron ningún daño a las personas ni a la propiedad; sin embargo, los dos paseos rompieron los códigos simbólicos de lo socialmente aceptado, igual que hizo el artista Tony Smith cuando condujo por la autovía de Nueva York, sin luces ni señales y aún en construcción. Probablemente, ese viaje a lo largo de una autovía frecuentada por más coches y en condiciones normales no habría sido tan reveladora para el artista; del mismo modo, si los punks hubieran entrado en tromba en una sala de conciertos de su ambiente, no habría conformado una anécdota destacable varias décadas después. Lo importante de ambas experiencias es la sensación de estar rompiendo barreras invisibles, de estar quebrantando la semántica del espacio. 

La farmacia y El Corte Inglés (aunque muy sobre todo El Corte Inglés) son lugares de almacenamiento y venta al público; de consumo, en definitiva, no de paseo. Ambos son símbolos de la alienación de la clase trabajadora: El Corte Inglés es el espacio en el que los trabajadores gastan sus salarios y materializan el gusto por las diversas marcas, es decir, el fetichismo por la mercancía; la farmacia, en cambio, es la tienda más recurrida en la época para los inadaptados sistemáticos que produce el capitalismo. En ellas compraban las anfetaminas sin receta que les aseguraban un ocio destructivo o, en muchos otros casos, medicación recetada (antidepresivos, somníferos, etc.) a aquellas personas que dejan de ser funcionales para vivir en el sistema. Los punks se negaron y despreciaron el trabajo, lo que les convierte en descendientes directos de la estirpe maldita de Abel, y esa encarnación del papel del Homo Ludens defendido por los situacionistas les arrojó a una vida a la deriva, frenética e inestable. Su vida era el juego: jugaban a montar grupos, a hacer música, a alborotar los barrios y el centro de Barcelona y a hacerse oír en un espacio hostil. Las dos performances poseen un destacable factor humorístico, irónico (por la marcha militar, por ejemplo), lúdico y disruptivo, que pretendía reclamar un espacio que se les negaba por estar dedicado exclusivamente al consumo cuando no tenían dinero para participar en dicho espectáculo. 

Bibliografía

    • Careri, Francesco (2009). Walkscapes. El andar como práctica estética. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
    • Llansamà, Jordi (2011). Harto de todo. Barcelona: BCore Disc.
    • Plant, Sadie (2008). El gesto más radical. La internacional situacionista en una época postmoderna. Madrid: Errata naturae.

(Simulacro de) deriva psicogeográfica

Antes de nada, quiero aclarar en honor a la verdad que, este ejercicio ha sido un simulacro -es decir, un paseo- de lo que debería ser una deriva psicogeográfica propiamente dicha, ya que no he podido dedicarle una jornada completa, tal y como prescribió Guy Debord, sino escasas horas. Tampoco he organizado la deriva en compañía de más personas, sino en soledad; y, por último, no he añadido más material al texto que unas pocas fotografías tomadas a lo largo del paseo. 

He salido de mi casa a las doce de la mañana, por lo que las formas de los objetos y el paisaje se mostraban en su faceta más liviana, espléndida y juvenil. He recorrido el barrio de la Finca el Pato para, finalmente, llegar al conjunto urbano formado por la senda y el borde de la carretera del paseo marítimo que separa las afueras de Málaga del Parque Natural de la Desembocadura del Guadalhorce. A lo largo del trayecto, me he dado cuenta de que iba produciéndose en mí un enfrentamiento interno entre diversas perspectivas, creándose fuertes contradicciones de amor y rechazo. 

Fot. 1
La Finca el Pato es un barrio muy nuevo, espacioso y armónico, con calles y calzadas holgadas, sobrias y rectas que rodean las manzanas cuadradas. Sobre cada una de las manzanas se erigen urbanizaciones de apariencia refinada, muy simétricas entre sí y, obviando las ligeras diferencias en los diseños, de características similares. Por un lado, es agradable caminar por sus aceras por la sensación de amplitud y descongestión que poseen: son extensas, limpias, uniformes y sus elementos (papeleras, árboles, contenedores, etc.) se sitúan espaciados y sin aglomerarse. No hay sobresaltos ni obstáculos; y el aire corre con libertad, contrarrestando el calor del verano. Por otro lado, me hace añorar las calles de mi «patria chica»: Zamora, ciudad con la que guardo una profunda adhesión emocional. En mis largos paseos por la ciudad castellana, su trazado medieval me sorprende -aunque me lo sepa de memoria-, con recodos abruptos, sendas que se van estrechando y ensanchando a voluntad, mojones que se aglomeran en plazas y otros lugares significativos y pavimento de empedrado irregular -que para ciertos sectores de la población, como los ancianos, puede resultar incómodo de pisar-. En este caso, la comodidad se contrapone a la constante fluctuación de percepciones estéticas. 

Fot. 2
En cuanto a los edificios -urbanizaciones, en este caso-, la descripción que he hecho antes con respecto a su simetría y su uniformidad (en cuanto a diseño, color, textura, disposición de elementos como ventanas, balcones y toldos), debo decir que me causa rechazo. Ninguna estructura es arbitraria, ya que todo lo que se crea posee una ideología subyacente y estas urbanizaciones representan veladamente los valores apolíneos de la burguesía. La funcionalidad, la carencia de creatividad y/o extravagancia, la falsa proyección de una vida sin oscuridad y transparente -reflejada por ejemplo en la profusión de cristaleras que parecen querer decir que no hay ninguna tara que ocultar  dentro de sus viviendas ni, por extensión, de sus vidas-, la hegemonía estética, la neutralidad, y el extremo cuidado de las superficies son valores que definen, en palabras de Luis Buñuel, «el discreto encanto de la burguesía». Las dos fotografías (fot. 1 y fot. 2) son de dos estructuras que plasman tode este ideario. La primera, una típica vivienda burguesa de extrarradio con piscina, pista de paddle y césped perfectamente cortado; la segunda, el gimnasio Inacua, con grandes cristaleras, color gris y una estructura cuadrada que se me antoja como el símbolo de esta aspiración vital. Además, un gimnasio es el espacio perfecto en el que se despliega otra de las grandes obsesiones burguesas: el culto al cuerpo y el cultivo hacendoso y sacrificado de una bella apariencia. 

En contraposición a todo esto, se me ocurre la ciudad de Cuenca, que visité recientemente, y me fascinó por su cultivo de la asimetría y por el caos barroco de sus fachadas y de su planificación arquitectónica. Los edificios eran totalmente dispares y como construidos según iba surgiendo, sin tener en cuenta a los aledaños, pero lo que más me atrajo fueron las fachadas (fot. 3). En ellas, las ventanas se abigarraban y salpicaban sin seguir ningún orden aparente: sin respetar que los tamaños fueran iguales, ni que a lo largo de una fila de ventanas éstas se encontrasen a la misma altura, ni la uniformidad de los materiales, los marcos, etc. Ni siquiera se produce una secuencia ordenada de ventanas y balcones: pueden verse pequeños balcones sobresaliendo aleatoriamente. Esta forma de construir probablemente sea menos funcional y hoy en día sea considerada como una aberración, pero para mí posee el encanto de un hacer salvaje y aventurado que poco a poco ha sido sometido por la fuerza domesticadora de la clase burguesa. 
Fot. 3
Casi al final del barrio, hay un descampado entre la última urbanización y el complejo deportivo que ya posee un plan de construcción y en este terreno, que es de los últimos que quedan libres en la zona, será erigido el edificio que pondrá el broche final en la construcción de un barrio de nuevo cuño. Más adelante, hay una pequeña carretera descuidada y llena de cristales, basura y baches que atraviesa entre diversas fábricas abandonadas y otro descampado (fot. 4). Durante un rato, me perdí observando los edificios amarillos que se levantan en el centro del barrio de Sacaba; con sus balcones empotrados y apelotonados, como las celdas de una colmena, incrustados a poco más de diez metros de la orilla del Mar de Alborán. Un reducto de la España de los sesenta, que me recuerda a la típica postal de la época en que Franco puso de moda el turismo de Sol y playa. Nunca he conocido a nadie que viviera en ese barrio olvidado y condenado al ostracismo. Condenado, también, a la demolición, ya que esta zona está convirtiéndose poco a poco en otro núcleo de gentrificación de mayor poder adquisitivo aún y paralelo al centro, y poco a poco esta zona se declarará obsoleta e irá convirtiéndose en un absurdo que sobra en el paisaje. 
Fot. 4

Como decía al comienzo, he tenido muchas contradicciones ideológicas, emocionales y racionales a lo largo del paseo. Por una parte, considero que los nuevos barrios burgueses que están proliferando con las sucesivas burbujas inmobiliaria son muy aburridos, faltos de diversidad (por ejemplo, no poseen la diversidad cultural de otros barrios como Huelin o la zona de Calle la Unión). Son también barrios muy poco lúdicos, creativos y están despersonalizados; subjetivamente, se me presentan como símbolo de la hegemonía cultural del capitalismo y de la ideología del crecimiento económico desmedido que tanto daño está haciendo a las condiciones normales de vida humana en el planeta. Es fácil comprobar su falta de singularidad si se recorre el barrio de Teatinos, otro barrio semi-nuevo de la Málaga, que parece ser el gemelo de Finca el Pato, ya que la estructura de sus calles y manzanas, sus urbanizaciones e incluso sus comercios son copias con ligeras -a veces, ninguna- variaciones. Lo único que cambia es la tipología de sus habitantes, pues mientras Finca el Pato parece un barrio más preparado para el turismo, las urbanizaciones de Teatinos acogen principalmente a estudiantes de la Universidad de Málaga. La contradicción que percibo en mí es que la alternativa que me aporta mi subjetividad más visceral es reaccionaria, pues a pesar de que tanto Zamora como Cuenca son ciudades con mucho encanto para la nostalgia, en ellas el deseo está contenido. Sus calles angostas y sus casas de muros gruesos de piedra antigua están congestionadas y rememoran una época de restricciones morales, recogimiento en la oscuridad y planteamientos inmovilistas. 

A esta profusión melancólica se me impuso la razón con ideas más frescas y con miras a un futuro en el que, si trabajamos correctamente, se revelará prometedor. Estoy de acuerdo con Gilles Deleuze en que el capitalismo es el mejor y más eficiente sistema que los seres humanos hemos podido inventar hasta ahora, ya que es el que de manera más sobresaliente ha permitido que el deseo se libere de sus cadenas y fluya sin impedimentos arbitrarios; pero esto no debe significar ni mucho menos el fin de la historia ni el estancamiento revolucionario que vaticinaron algunos filósofos posmodernos como Jean Baudrillard. Pienso que nuestras ciudades, fiel reflejo del sistema socioeconómico que las construye y planifica, tienen aún muchísimos problemas que solventar en cuanto a ética urbana y a gestión de recursos y de energía. Por ello, pienso que el proyecto situacionista de una ciudad lúdica, orientada a la creatividad y a la verdadera satisfacción de nuestras necesidades materiales y espirituales todavía tiene mucho que aportar con su defensa de una ciudad llena de pasadizos, escondrijos y sorpresas que nos liberen del aburrimiento y la alienación que conlleva la ideología de la productividad; además de que sus propuestas para una ciudad más orientada al disfrute de las personas que a la circulación de las mercancías, el trabajo y los automóviles permanecen hoy como una propuesta muy vigente y sugerente. 

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