martes, 18 de septiembre de 2018

Ponedles a los niños reggaeton a toda hostia

Dos mierdas, eso me parecen el reggaeton y el trvp, a cada cual peor, pero dos mierdas lógicas, coherentes. Les he dado una oportunidad a cada una, (bueno, al reggaeton se le veía venir de lejos) pero también la escasa sustancia del trvp me deja frío, no me seduce: me mueve el cuello pero no me hace perder la cabeza. Sin embargo, no entiendo a esas personas que se esfuerzan por razonar de forma lógica porqué son dos géneros de mierda, fracasando al poner sobre la mesa el tema del machismo (hipócritamente) o la vulgaridad de la que hacen gala. Sí, el machismo y la vulgaridad están en cada doblez de las músicas más maravillosas, pero no por ello dejan de serlo. 

Como no quiero entrar en valoraciones objetivas, que se caerían por sí mismas al tratar una materia tan subjetiva como la música, asumiré mi intuición de que son una mierda y solamente explicaré por qué me parecen dos mierdas tan coherentes. 

¿Qué música esperáis de una sociedad tan reprimida y al mismo tiempo lanzada al abismo del consumo y lo desechable, tan obsesionada con la productividad útil e inmediata, tan neurótica y ansiosa a partes iguales? ¿Una música hecha con mimo, ternura, que nos eleve de la tierra que pisan nuestras botas, que nos transporte a fantasías arbóreas? ¿Una música que nos enseñe, como el rocanrol, el valor del juego, el goce del cuerpo liberado y el valor de la risa y del llanto?

Pues no, la mierda está por todas partes y, lógicamente, también salpica a la música. El mismo Lutero decía que el mundo está colmado de mierda porque es propiedad del diablo (y lo decía con esas palabras más o menos, anticipándose al punk). Ambas son músicas obsesivamente centradas en la sexualidad genital, paso previo del consumo, de la fantasía narcisista enferma y de un ego que se despega cada vez más del cuerpo al que pertenece para entregarse a la productividad compulsiva y al endurecimiento de una corteza que silencia los gritos de un niño que reclama sus verdaderas necesidades de afecto y protección. 

Por ejemplo, el caso de Maluma, un hombre que de repente puede conseguir al momento cualquier cosa que se le pase por la cabeza… ese hombre ya está muerto, y aún así se le admira, porque todos queremos calladamente esa muerte del deseo, aunque lleve a la insatisfacción, queremos el ahogo en el tedioso vacío de la ostentación. El hombre que dejó de conformarse con elegir una modelo cualquiera y quiso en su cama primero a cuatro babys, cada cual más rota y neurótica, por lo que cuenta en su cínica letra y que ahora ascienden a las siete con las que comparte cama en la portada de su último disco, ¿cuántas más vendrán a confirmar su vacío en su próximo single? ¿Diez? ¿Cien? ¿Hasta qué número necesitará llegar para darse cuenta de que el precio por la envidia de todos los hombres del mundo es su propia muerte?

Me resultó graciosísima una publicación que vi por Internet que reclamaba con mucha indignación que no se le pusiera reggaeton a los niños. Como si eso fuera a evitar el contacto de los niños con la mierda que amenaza con desbordar el mundo. Pasar el trapo por la mesa sin barrer las migas que caen al suelo. Refugiar cada vez más a los niños en una falsa ilusión de pureza, ocultándoles la mierda de la que nos avergonzamos pero a la que ya estamos demasiado acostumbrados como para esforzarnos por cambiar. Ponedles a los niños reggaeton a toda hostia, ponedles trvp, funk, hip-hop, tecno, punk, pero enseñadles el bosque y no les digáis que su cuerpo está sucio ni que necesitan todo lo que aparece en televisión.

Diego Supertramp, verano de 2018

Ecofobia, punk y drum and bass

La ecofobia es básicamente empezar a rayar a los niños con el cambio climático y con unas expectativas apocalípticas cuando aún no se han manchado de barro jugando en el monte ni han visto un árbol que no estuviese encerrado por cuatro baldosas.

La imagen de la destrucción del medio físico provoca un terror que el ego resuelve con la aceptación de ese final inminente y creando en torno a él un fetichismo anestesiante, que bien podemos ver en el cine estilo Mad-Max, Blade Runner y en toda la literatura distópica en general. Y no solo ahí. ¿Qué es el punk sino la aceptación del eterno «no hay futuro», reforzado por el paro, la precariedad y el ambiente industrial de los '70-'80? Un pesimismo combativo y anti-todo combinado con una propuesta de vida entregada al regocijo en la desidia y en el hedonismo extremo… siempre en busca de nuevos paraísos donde no notar el paso del tiempo que transporta a ese terrible futuro.


«Dice que si no se droga,
dice que no siente nada»
(Extremoduro)

También, después del punk, vino el drum’n’bass para colmar este mismo nicho con una música de plástico azul eléctrico bajo cuyo estruendo esquizofrénico los raveros bailan puestos hasta las cejas, comprometiendo su cuerpo cada fin de semana con ese mundo acabado y celebrando la más absoluta de las destrucciones con jubiloso frenesís. No vaya a ser que el fin del mundo nos pille trabajando. El instinto de muerte fluyendo con el instinto de placer en la máxima unión a la que pueden aspirar. Paradójicamente, el lugar en el que se celebran estas fiestas, manifestación de casi todas las contraculturas alineadas, es el campo. Un campo nocturno y misterioso como los bosques en los que se celebraban las antiguas bacanales, donde el amanecer trae con sus colores la necesidad de más veneno para soportar la visión de una naturaleza que no somos ya capaces de interpretar.

Así de maravillosa es la maldita ecofobia que tanto se nos está yendo de las manos, porque la misma tendencia melancólica que inspira «esa mirada» tan viciosa en Current Value, el ecologismo que comenzó como campaña de concienciación y sensibilización está acentuando el nihilismo occidental en una cultura que, además de no tener ningún dios que justifique ningún valor ni principio moral, se le añade el inesperado asuntillo ese de que se ve así mismo a punto de ser desahuciado de su hogar, y por ello se desapega de él antes de cogerle cariño.



El gobierno de lo inmediato es el que mantiene el movimiento inércico de este mundo, que se ríe de cualquier plan de posteridad como del chiste más absurdo. Y pensar en árboles es pensar en posteridad, no en los cuatro, seis o diez años que dura una candidatura, sino en los cadenciosos siglos que tallan silenciosamente los surcos de la edad en los troncos de los robles. No intentéis enseñar a los niños la naturaleza mediante la contemplación apolínea, es decir, a distancia, a través del cristal o de la pantalla, dejad que los espíritus dionisíacos aún no demasiado corrompidos por la apatía urbana gocen y experimente de toda la exuberancia de los bosques, desiertos y playas vírgenes. Si vosotros no tenéis cura, dejad a los niños y a los árboles en paz.

Diego Supertramp, verano de 2018

El gran robo


La propiedad es el gran robo del Estado moderno, sin duda, mas sin pretensión de descolgar esta gran verdad de su pedestal, hay un robo que me inquieta incluso más por no ser tan discutido, pese a que haya habido autores de la talla de Nietzsche, Albert Camus, Thoreau o García Olivo hayan insistido en él a lo largo de tres siglos distintos. Os hablo del robo del valor estético que podrían aspirar a tener nuestras vidas para merecer ser sufridas. Creo firmemente que el capitalismo es el sistema más perverso y sádico que ha concebido el hombre, y no se salva nadie. Ya no hay un hombre empuñando con severidad un látigo, como en la tierna infancia de nuestra civilización, ni un horrible monstruo divisando desde lo alto del castillo, como en su adolescencia. No. Nos han cedido el látigo y lo hemos aceptado gustosamente a cambio de baratijas sin valor, como los sabios indios americanos aceptaron una envenenada Biblia.

El registro de nacimiento es un trato de muy inferior calaña si se compara con vender el alma al diablo: en esta transacción el cuerpo complementa el generoso paquete, y a cambio solo recibes trabajo y miedo. Luego mueres con cara de idiota sin saber qué coño ha pasado. Desde crío, en casa, ya te dicen que si no estás conforme con lo que hay, te marches; si protestas en la escuela pasa igual, o te quedas o te sumerges en el abismo de la precariedad que comporta el voraz mundo laboral no especializado; finalmente, llega el trabajo en el que tanta ilusión pusiste para escalar hasta él para llegar y… otra mierda igual. Después, ya no tienes fuerza ni para protestar y mueres entre máquinas en la aséptica sala de un hospital, para que al enterrarte te lloren y entre murmullos se repartan el pastel de mierda que te hayas esforzado en dejar.

Lo peor de todo: tú eres el completo responsable de esa miseria… o eso nos dicen. Somos como cerdos a los que, después de una vida cebados con basura en una granja, les abren las puertas de la porquera y les preguntan sonriendo si les apetece volver a la vida salvaje. Si son prudentes, los cerdos se mirarán avergonzados, sabiendo que no durarían ni un mes más allá de las verjas, y suavemente se tirarán sin contestar en el fango putrefacto en el que al menos se sienten cómodos y en el que esperarán revolcándose a que algún día dios se levante de buen humor y los meta por fin en el camión directos al matadero.

A eso es a lo que me refería antes con la pedantesca expresión del “valor estético”: no vivimos cada día sino que aceptamos cada día y nos arrastramos por él. Cada amanecer conlleva la aceptación de algo que de seguro no nos gustará, y sabemos mientras lo hacemos que las puertas del redil siguen abiertas y que tenemos o podríamos juntar dinero para huir a Australia, Tailandia, Canadá o qué sé yo. Pero no hay donde huir. Por eso nos consideramos cobardes. Y la vida de un cobarde nunca tendrá valor estético: no se puede aspirar a la obra de arte suprema que sería para Nietzsche una vida plena y libre, ni la a vida del hombre rebelde de Camus, ni al salvaje desobediente de Thoreau, ni a la del genio irracional e irresponsable de Pedro García Olivo.

Somos unos cobardes, y las formas de afrontarlo son muchas… y a la vez la misma: unos se drogan hasta que sus sueños y esperanzas irrealizables se desdibujan de su imaginación, esos al menos saben que no hay salida; pero otros… ¡ay! ¡pobres de estos otros! los soberbios que se creen más listos y que pasan la vida persiguiendo la vana ilusión de que trepando por las cabezas de los primeros y empujándolos más abajo conseguirán llegar a ese gran castillo de humo. Esos suelen acabar pegándose un tiro en su preciosa alfombra de seda india, o inflándose a pastillas y otras drogas de gabinete para acallar la vocecilla que sabe que lo tienen todo y quieren más; o llenando sus hogares de personas, objetos y placeres de plástico mientras hacen ver al mundo que son felices ¡esos son los que reflejan un mayor desconcierto en sus rostros al morir! Sin embargo, y aún así, hay algunos que encuentran la manera de ser felices cobardes, como formuló Góngora de forma sublime en sus más simples letrillas:

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.

Aunque si prestamos atención a la vida de este poeta, él muestra la veracidad de esa graciosa sentencia que alguien que tenía la capacidad de reírse de sí mismo inventó: «consejos vendo, que para mí no tengo».


Diego Supertramp, otoño de 2017

Todos esos estúpidos quehaceres


Necesito una tarde de agosto,
es igual si es mayo, lo que fuere
solo es mester un sol robusto
que me pegue los sobacos
con el vello grasiento, sudando a gusto.

Una tarde de arrojar el ancla
y mirar a la vecina con desenfado
acuclillarse ampulosa para recoger las rebeldes bragas
de fumar uno tras otro y perderme en las canciones
para reencontrarte en las historias más sacras.

¡Que ni echarte de menos...!
¡ay!, me deja este mundo eléctrico
con sus distracciones y parapetos
¡y yo quiero echarte de menos!
hasta que fluya el desconsuelo

Que desamarre los nudos y motivos
que me mantienen sereno
que deje atrás el terruño colmado de olivos
¡zarpe, ya, el barco de la melancolía!
¡que desbroce del Ser todos los ríos!

Y quiero mi culo blanco y desnudo
al sofá pegado, a manera de magdalena
y que los rayos torren mi nuez de brujo
y duela en el techo de la podredumbre
ver tus piernas frescas, de tejido aún duro

altaneros azulejos cobalto en calles meadas.
Y quiero no querer dormir de pura pereza
aburrirme cual barco experto en la marejada
pero los protones no se detienen, ¿verdad?
echar abajo redil que encierra, cruel, todas esas bobadas

Tendré mi tarde gloriosa de oro fundido
y bailaré con los diablos del mediodía
pensaré en lo buena que estabas, jodido
rayaré las coartadas hasta desarmarlas
cebaré con pestilentes suspiros el rubio hastío.

Así, cuando el agitado barco llegue al ponto
ya te habré escrito el más puerco de los poemas
y me habré arrodillado ante tu recuerdo
y espantado de tus olvidos,
dormiré ahogando estos saberes en lo más hondo.

Derretido hasta la médula por el Sol dado
acurrucado en mis entrañas por las estrellas
entraré al nuevo día con el corazón desenfundado
como en la taberna de una patada el pistolero
y cantaré de nuevo como los gitanos
y amaré todos esos estúpidos quehaceres
que nos mantienen vivos.

Diego Supertramp, verano de 2018

Se me olvidó el poema


Como uno de tantos días
me encuentro resacoso, recién levantado a las 12
frente a la inmaculada pantalla del ordenador
intentando hacer memoria
pero
se me olvidó el poema:

recuerdo que iba a una fiesta,
y que me asedió la inspiración:
comencé a fantasear sobre una pareja
la entusiasta claridad del Sol
y el atrayente misterio lunar
que descubrían la salvaje naturaleza
y la apariencia de las bellas ideas
que sin exigirse nada, eran leales
y sin requerimientos, dulces compañeros de juegos

luego llegué al bar
radiante por la revelación purificadora,
pero las copas abundantes
y los correligionarios canutos
fueron anestesiándome el cerebro
matando la poesía
y colmándome de realidad
recuerdo también que estas ideales criaturas
eran una suerte de gemelos
gestados en el mismo cálido útero
en esta tierra infecta
él, Apolo
ella, Artemisa
tal vez fuese al contrario,
no sé,
es indiferente

meditaba, mientras decaía la noche
que estos dos personajes
tenían un inconveniente
y es que vivían demasiado en sus cabezas
y necesitarían de algún espíritu dionisíaco
que les diese algunas lecciones
para despertar sus adormilados sentidos
en las noches ardientes de invierno
de cine, vino y rosas

pero se me olvidó el poema
quizás los narcóticos ganaron la batalla
y la inspiración yace muerta
junto a otras ilusiones en algún pasado
en el que la belleza era posible
o, quizás no
esto tiene garra y,
de cualquier manera,
el poema no iba a acabar en la lustrosa mesa
de un adinerado editor
ni en la hogareña mesita de noche
de un soñador insomne

morirá conmigo
como mis posesiones y mis abandonos
como los recuerdos de las dichas
y de las desgracias
como los momentos de lucidez,
las melopeas y las resacas
pero cuando alguna vez,
en el momento en que el cansancio,
el desencanto y el hastío
se apoderen de mi vivaracha mirada
el momento presente tendrá sentido:
al leer todos estos testimonios,
torpes y desangelados,
para mi sorpresa,
recordaré que alguna vez
-de forma efímera-
la poesía y la utopía
vivieron en mí.

Diego Supertramp, invierno de 2017


Atardecer en Noja

A esos soles espléndidos, que llevan una lunita dentro, aquí, justo aquí, atrasito del pecho; que mastican como pueden sus melancolías saboreándolas antes de tragarlas y olvidarlas.

A esas personas que cada día incluyen en sus platos todos los colores excepto el de la sangre; que prefieren ser robados y engañados antes que desconfiar de sus hermanos.

A esos seres, que de tanto soñar con vivir en una isla llena de cocos, acaban por convertirse en una de ellas para alguna personita extraviada; que dejan huella en las personas, pero no en los bosques cuando caminan por ellos, salvo un rico y vivaracho aroma a sudor que dura escasos segundos.

A esas que preferirán siempre una pintura rupestre a cualquier modernidad absurda; que saben ver la belleza en los prados y los ríos, pero también en la gris ciudad cuando llueve y se está calentito en el autobús.

A esas que echan el humo despacito cuando fuman por temor a que un cachito de su alma se les escape a ver mundo; que no se quejan pero aprenden.

A esas personitas que no parecen tocar el suelo cuando caminan y que parece que de un momentito a otro van a echar a volar. A todas ellas, si es que existe alguna, ¿qué podría decirles?, ya lo saben todo.

Diego Supertramp, verano de 2016

el escritor es un cazador insomne

con respecto a lo de ser escritor pues antes pensaba que el oficio te lo daba una mirada única y es cierto que no basta con tratar de poner ...