Dos mierdas, eso me parecen el reggaeton y el trvp, a cada cual peor, pero dos mierdas lógicas, coherentes. Les he dado una oportunidad a cada una, (bueno, al reggaeton se le veía venir de lejos) pero también la escasa sustancia del trvp me deja frío, no me seduce: me mueve el cuello pero no me hace perder la cabeza. Sin embargo, no entiendo a esas personas que se esfuerzan por razonar de forma lógica porqué son dos géneros de mierda, fracasando al poner sobre la mesa el tema del machismo (hipócritamente) o la vulgaridad de la que hacen gala. Sí, el machismo y la vulgaridad están en cada doblez de las músicas más maravillosas, pero no por ello dejan de serlo.
Como no quiero entrar en valoraciones objetivas, que se caerían por sí mismas al tratar una materia tan subjetiva como la música, asumiré mi intuición de que son una mierda y solamente explicaré por qué me parecen dos mierdas tan coherentes.
¿Qué música esperáis de una sociedad tan reprimida y al mismo tiempo lanzada al abismo del consumo y lo desechable, tan obsesionada con la productividad útil e inmediata, tan neurótica y ansiosa a partes iguales? ¿Una música hecha con mimo, ternura, que nos eleve de la tierra que pisan nuestras botas, que nos transporte a fantasías arbóreas? ¿Una música que nos enseñe, como el rocanrol, el valor del juego, el goce del cuerpo liberado y el valor de la risa y del llanto?
Pues no, la mierda está por todas partes y, lógicamente, también salpica a la música. El mismo Lutero decía que el mundo está colmado de mierda porque es propiedad del diablo (y lo decía con esas palabras más o menos, anticipándose al punk). Ambas son músicas obsesivamente centradas en la sexualidad genital, paso previo del consumo, de la fantasía narcisista enferma y de un ego que se despega cada vez más del cuerpo al que pertenece para entregarse a la productividad compulsiva y al endurecimiento de una corteza que silencia los gritos de un niño que reclama sus verdaderas necesidades de afecto y protección.
Por ejemplo, el caso de Maluma, un hombre que de repente puede conseguir al momento cualquier cosa que se le pase por la cabeza… ese hombre ya está muerto, y aún así se le admira, porque todos queremos calladamente esa muerte del deseo, aunque lleve a la insatisfacción, queremos el ahogo en el tedioso vacío de la ostentación. El hombre que dejó de conformarse con elegir una modelo cualquiera y quiso en su cama primero a cuatro babys, cada cual más rota y neurótica, por lo que cuenta en su cínica letra y que ahora ascienden a las siete con las que comparte cama en la portada de su último disco, ¿cuántas más vendrán a confirmar su vacío en su próximo single? ¿Diez? ¿Cien? ¿Hasta qué número necesitará llegar para darse cuenta de que el precio por la envidia de todos los hombres del mundo es su propia muerte?
Me resultó graciosísima una publicación que vi por Internet que reclamaba con mucha indignación que no se le pusiera reggaeton a los niños. Como si eso fuera a evitar el contacto de los niños con la mierda que amenaza con desbordar el mundo. Pasar el trapo por la mesa sin barrer las migas que caen al suelo. Refugiar cada vez más a los niños en una falsa ilusión de pureza, ocultándoles la mierda de la que nos avergonzamos pero a la que ya estamos demasiado acostumbrados como para esforzarnos por cambiar. Ponedles a los niños reggaeton a toda hostia, ponedles trvp, funk, hip-hop, tecno, punk, pero enseñadles el bosque y no les digáis que su cuerpo está sucio ni que necesitan todo lo que aparece en televisión.
Diego Supertramp, verano de 2018